Érase una vez una niña que tenía grandes sueños
Érase una vez una niña, llamada Ilusa, que tenía grandes sueños. Vivía cada día con gran intensidad.
Iba al colegio, y su profesora le enseñaba lengua, mates, sociales, geografía, ética, religión, inglés, … Todo lo que enseñan a niños y niñas para tener un futuro mejor. Si hubiera sido por ella, se habría pasado el día jugando, pero Ilusa quería ser una niña inteligente, como todos le decían, además de buena persona y bonita.
Su familia estaba muy contenta con ella, así que se esforzaba todos los días por ser mejor. Y como decía su madre «hija mía, para presumir hay que sufrir», por lo que el esfuerzo sin duda valía la pena, cuando veía la cara de orgullo de sus padres al habar de ella en las reuniones con amigos, o familiares, se sentía feliz y satisfecha.
Le gustaba jugar, sobre todo con su amiga Veni, y a veces hacían sus travesuras, tenían sus pequeños secretos. El gran sueño de Ilusa era crecer, para poder casarse y tener hijos. Se imaginaba un futuro maravilloso, el futuro que merecía, muy feliz, ella y su marido estarían enamorados, sus hijos la querrían.
Ilusa fue creciendo hasta que se sintió preparada para conocer a su chico, y hacer sus sueños realidad. Se preguntaba ¿Cómo será mi marido?, ¿A qué edad tendré mi primer hijo?, ¿Dónde lo conoceré?, ¿Qué me deparará el destino?. A veces soñaba tanto que después le costaba volver a la realidad.
Continuó estudiando y se graduó en derecho. Sus padres estaban tan felices.
Aunque los chicos por lo general, le parecían groseros, sabía que en algún lugar había uno para ella, que sería diferente a los demás.
Lo esperaba, pasaron los meses y los años, algunas de sus amigas ya tenían a alguien, pero ella todavía no. Esto la entristecía, qué iba a ser de su vida si no lograba su sueño.
Una tarde una amiga le habló de un conocido que se había fijado en ella, al parecer era un chico apuesto e inteligente.
– ¿En mí? ¿Le gusto?
Él se llamaba Prince, no había hablado nunca con él, por lo que le costó reconocer quien era.
La idea le resultó tan excitante que solo por eso se levantaba todos los días, pensando en él.
Un día los presentaron sus amigos en común y ahí empezaron su noviazgo. Ilusa se esforzaba por ser una buena novia, quería demostrar a Prince, lo buena mujer que era, lo apoyaba y lo quería con todo su corazón. Su noviazgo duró 4 años, se casaron tuvieron 2 hijos, Ilusa dejó de trabajar cuando tuvo a los niños, y poco a poco Prince dejó de fijarse en ella, tras 7 años de matrimonio, él conoció a otra persona y se marchó.
A veces venía a ver a los niños y les preguntaba por su madre. El día que se fue, le dijo;
– Lo siento Ilusa, pero no estoy hecho para ti, no eres tú, eres muy buena conmigo pero… yo… lo siento.
Ilusa sintió un dolor en el pecho tan grande que apenas podía respirar. A menudo se estiraba en su cama llorando, y le daba vueltas y vueltas.
– «Debería haber sido más cariñosa, pero es que, con el trabajo, la casa, los niños, seguro que ella le da todo lo que yo no le di, …».
Otras veces se decía a sí misma,
– «Que mala suerte tuve en conocerlo, me equivoqué de persona, quien iba a imaginar lo que ha hecho,…»
Ilusa se sentía sola, a menudo pensaba «por qué a mí».
Sus amigas le decían que saliera, que conociera gente. Conoció a una madre del colegio, en su misma situación, asistían juntas a todo tipo de eventos y grupos.
Círculos de mujeres emprendedoras, hablaban sobre las emociones, el autoconocimiento, … Empezó a ir a terapia, su amiga le insistió, porque a ella le había ido muy bien después de la separación.
En la sesión resonaban en su mente las preguntas de la terapeuta. ¿Quién eres Ilusa? ¿Qué te gusta?.
– «no sé qué me pasa, hay algo que no está bien en mí»
La vida no había sido el cuento de hadas que imaginaba…¿pero qué podía pedir ahora?
– Tengo 39 años y no sé qué hacer.
– ¿Qué le pides a la vida Ilusa? ¿Qué necesitas para ser feliz?
Conoció a personas con ideas nuevas, que poco a poco fueron excitando sus ganas de experimentar, de sentir, de relacionarse, emprendió su propio negocio.
Aprendió a escuchar los deseos de su mente y su cuerpo y a no cuestionarse a sí misma, aprendió a dar poniendo límites. No fue fácil como madre, puesto que a medida que los niños fueron creciendo los límites eran más difíciles de establecer.
Ilusa se repetía una frase:
– Merezco estar bien, merezco ser feliz.
Conoció a diferentes hombres, pero estuvo mucho tiempo sin pareja, aunque tuvo días grises, siempre se acababa encontrando. Vivía una vida que le gustaba, pero muy diferente a la que siempre había soñado, quién se lo iba a decir…
Aida Gutiérrez
Psicóloga Colegiada 22265